martes, 11 de noviembre de 2014

José Antonio Choy: Los Caminos del I Ching


Pretextos del paisaje

por David Mateo

El cielo y la tierra se unen sin fundirse

Cuando vi por primera vez los paisajes figurativos de José Antonio Choy,  tuve la sensación de que nada en ellos era azaroso o fortuito, que parecían supeditarse con austeridad a determinados códigos de representación. Me resultaba demasiado enfática, insinuadora, aquella simetría con la que el artista diseñaba la estructura de los espacios y el ángulo de su percepción; la acentuada linealidad con que justificaba los distintos niveles del entorno, en particular aquellos que inducían la correlación entre horizonte y contigüidad. 

En un instante llegué a creer que se trataba de la readaptación de algunas estrategias heredadas del trabajo con la arquitectura, oficio por el que ha sido ampliamente reconocido en el ámbito cultural cubano, y cuyos indicios se hicieron notar en un conjunto de imágenes abstractas que había apreciado en etapas anteriores. Después pensé que esos paisajes figurativos, realizados con tinta sobre papel y lienzo, estaban imbuidos de los fundamentos compositivos de los ideogramas chinos; suposición que no se amparaba en el simple motivo de descendencia del autor, sino que partía del grado de compactación y gestualidad que mostraba el esbozo de los distintos planos de sus cuadros. La simulación visual de los contornos rurales o de la vegetación tupida del panorama (sin disgregar los rasgos esenciales de sus elementos: una palma, una montaña, un bohío…) parecía formar parte de un único trazo, de un único sesgo y movimiento instigado por el artista.

La hipótesis del vínculo con los ideogramas chinos la sostuve con firmeza hasta el momento justo en el que tuve la oportunidad de conversar con Choy.  Aunque debo decir que ninguna de mis conjeturas iniciales desapareció como resultado de esa oportunidad de intercambio, pues sigo creyendo que de todos esos campos y experiencias se ha estado enriqueciendo su actividad paisajística. Sin embargo, en mi diálogo con él pude constatar la fuente directa de la que se nutren sus metodologías para el dibujo paisajístico, y hasta quizás todas sus concepciones representacionales, con independencia de la manifestación o la técnica con que las canalice. Me refiero a los contenidos y símbolos del I Ching.

Casualmente, unos días antes de la visita a la casa de Choy, había sostenido una larga conversación con esa figura emblemática del paisaje insular (de sustrato ético, filosófico) que es Tomás Sánchez, y en ella ambos coincidíamos sobre el exceso de improvisación representativa, sobre la ausencia de rudimentos conceptuales que hay en la práctica reciente del género. Por eso me resultó curioso y al tiempo gratificante que, casi recién salido de esa confrontación con Tomás, el primer artista vinculado al paisaje con el que me haya topado de manera coyuntural haya sido José Antonio Choy; un ejecutante, por ahora alternativo, aunque promisorio del género, que ha ido perfeccionando sus fórmulas y artificios de representación; y que se ha pertrechado de todo un sistema gnoseológico y predictivo, de un modelo conciliador de sabidurías ancestrales para llevar a cabo su faena paisajística.

La funcionalidad de esa inmersión en los compendios del I Ching –de vigencia irrefutable en la circunstancia moderna- muestran varias razones de constatación en el quehacer artístico de José Antonio Choy: por un lado, está la reasimilación de un instrumental exploratorio para desarrollar el análisis del contexto y el balance de su propia situación existencial e intelectual; y por el otro, la posesión de una serie de consideraciones o dictámenes extremadamente útiles para encarar, dentro de ese mismo ejercicio analítico, el abordaje alegórico de lo contingente y provisorio. De igual modo corroboramos la readecuación práctica de una pauta o método simbólico para la elaboración de las imágenes. Esa pauta presiona con potencia sobre la capacidad de síntesis e insinuación iconográfica del dibujo y la pintura de Choy; dinamiza el diseño compositivo frente a los deslindes o demarcaciones rígidas, en aras de alcanzar una mayor relatividad perceptual de esos estados relacionales que sus paisajes sugieren.  
La Habana, 2014

Es propicio esperar en la llanura

El cielo se sumerge plácidamente en la tierra